A
SU MAJESTAD REY DE ESPAÑA D. FELIPE VI
PALACIO
DE LA ZARZUELA
M
A D R I D
SEÑOR:
Me he tomado la libertad de enviarle, con la esperanza de que algún día pueda leerlo, mi
último Testimonio escrito, proyecto de un nuevo libro sobre la trágica muerte
de mi único y querido hijo Arturo y la gran injusticia judicial recibida, así
como un ejemplar del libro que hace años escribí titulado “Arturo”, y
subtitulado, “Una muerte en manos de los médicos Benjamín Guix Melcior y
Enrique Rubio García”; libro que tuvo una gran repercusión, y se encuentra en
distintas Bibliotecas de nuestro país.
El hecho de dirigirme a Usted, no es para
pedirle atención para mí, no, es para pedirle que, cuando Usted, al igual que
hizo su Señor Padre, el Rey D, Juan Carlos I, durante los años de su Reinado,
Presidir la “APERTURA DEL AÑO JUDICIAL”, en el que se resaltan los supuestos valores
de nuestra “Justicia”, la gran labor judicial como sinónimo del máximo respeto
hacia los Derechos Humanos, y en el que se nos repite hasta la saciedad aquello
de que, “la justicia es igual para todos”, piense que, Usted, está Presidiendo
una gran farsa, porque, no es cierto que la justicia sea igual para todos y porque
es falso que en nuestro país se respeten los Derechos Humanos, al contrario,
cuando uno se ve en la triste necesidad de tener que recurrir a la justicia, en
la mayoría de los casos, comprueba que sus derechos son violados y pisoteados
de forma cínica y cruel por parte de quienes tienen el deber de defenderlos:
los jueces. No quiero decir que no haya jueces honestos, pero es que son muy
pocos y, además, callan ante grandes injusticias judiciales por no perder su
posición. Es mejor estar callado porque de lo contrario también pueden tener
problemas.
Se puede creer que quien escribe es una
persona dolida porque ha tenido que recurrir a la justicia y no ha ganado el
juicio que creía que debía ganar. Sobre este hecho ya he escrito mucho en mis
múltiples “Testimonios”: “Sabemos que en los juicios unos ganan y otros
pierden, no todos podemos tener la razón y esto hemos de aceptarlo aunque nos
pese; hemos de aceptar, también, que los jueces no siempre disponen de
suficientes pruebas para poder dictar sentencias con total seguridad, o incluso
pueden encontrarse con algunos Artículos del Código Penal o Civil tan
enrevesados o también con los “interpretativos”, más, la mala defensa de la
víctima por parte de sus abogados, que no les permita, por más honestos que sean,
dictar sentencias mínimamente justas”. Pero, cuando las leyes o los Artículos
del Código Penal o Civil, son claros, cuando no ofrecen dudas, cuando las
pruebas aportadas demuestran la culpabilidad sin paliativo alguno del agresor o
agresores, incluso, cuando los acusados en sus declaraciones confiesan lo que
es motivo de condena, si ante estas evidencias los jueces no solamente las
ignoran sino que incluso contradicen las declaraciones de los propios acusados
que les pueden llevar a la cárcel actuando como si sus abogados defensores
fueran; cuando los jueces por intereses propios o ajenos ignoran los hechos e inventan
otros que nada tienen que ver con la realidad para así evitar la cárcel a los
culpables, cuando estas actuaciones están protegidas por los Tribunales
Superiores, e incluso te intentan intimidar cuando las denuncias, diciéndote
que “con tus actuaciones puedes incurrir en el fraude de la ley” cuando estas
ejerciendo tus derechos, Señor, como le he dicho al principio, la justicia, tal
como la entienden jueces y políticos, es una falsedad, una burla al ciudadano
que confía en ella y un desprecio a las leyes, que las hay y buenas, que
protegen nuestros derechos, nuestra salud y nuestra vida.
Le podría contar un sinfín de sentencias
injustas, o mejor dicho, de “abusos de poder” que ejercen los jueces a la hora
de juzgar, pero como compendio de esos abusos, y aunque, Usted, lo tiene
detallado en el libro y Testimonio adjunto, para su mayor facilidad en la
lectura, le relataré de la forma más breve posible ese compendio de falsedades
e inmoralidades que han utilizado los jueces a la hora de juzgar el caso de mi
hijo, uno de los mayores casos de injusticia médico-judicial: Un caso que ha
traspasado fronteras y ha impactado, incluso, a una buena parte del colectivo
médico de distintos países del mundo. Una salvajada tanto médica como judicial
como ha sido calificado el caso de mi hijo y comparado, repetidamente, con las
atrocidades que cometieron los experimentadores médicos, llamados “médicos del
infierno”, en la época de la Alemania Nazi.
Usted es padre y sabe cómo se quiere a los
hijos; le explicaré, tampoco le va a llevar tanto tiempo leer este escrito,
otra cosa es el libro de más de 700 páginas.
Verá: Yo tenía un hijo llamado Arturo, mi
único y querido hijo: un muchacho encantador, buena persona, honesta, cariñosa,
generosa…, todo lo que unos padres pueden desear de un hijo, pero un día, no
sabemos el porqué, cuando tenía 19 años, se le desarrolló un problema
psicológico, una neurosis obsesiva, que él mismo se diagnosticó estando
acertado en su diagnóstico. Confiando siempre en los adelantos que nos ofrece
la ciencia médica y con su filosofía de vida de que, “si uno tiene un problema y una posible solución a mano es absurdo no
aprovecharla”, buscó una solución a su problema y se puso en manos de un
psicólogo quien confirmó que el diagnóstico que mi hijo se hizo de sí mismo,
estaba acertado.
Quizás todo se hubiera resuelto sin
problemas, pero desgraciadamente, mi querido esposo, padre de Arturo, falleció
repentinamente a causa de un infarto de miocardio. Fue un duro golpe para la
familia. No obstante mi hijo, que adoraba a su padre, aguantó ayudándome en el
negocio y en todo lo que hiciera falta, pero su psicólogo le recomendó que
visitara a un psiquiatra, pues entró en una digamos depresión aunque él
intentaba disimularlo. Mi hijo, enemigo de tomar “pastillas”, al final aceptó.
Pero, mi hijo hizo algo impensable en una persona como él, fuerte, con una
salud de hierro y valiente: dos intentos de autolisis, que, aunque fueron de
escaso o de ningún riesgo como dijo su psiquiatra, nos dieron un gran susto
como es de suponer. Él, dándose cuenta de que aquello a nada conducía, prometió
que nunca más volvería a intentar un absurdo como aquel: y, mi hijo cumplió su
promesa.
Siguió con su psiquiatra, el único que
tuvo – es falso lo que quiere hacer creer el juez José María Assalit Vives, el
primero que juzgó el caso, de que mi hijo fue tratado por otros psiquiatras -,
el único que tuvo fue el doctor Ros Montalbán al que llegó a apreciar mucho
como el doctor a él. Y, llegó el tiempo de cumplir con el Servicio Militar:
Enemigo de las armas de fuego o de cualquier otro tipo de arma, solicitó entrar
en la Banda de música. Él, estudiaba la carrera de música, de piano para ser
concertista pues tenía dotes especiales para ello, pero como en el ejército
necesitaban conductores y Arturo conducía muy bien, lo destinaron a lo que
llamaban “caballería”: fue conductor de un vehículo tipo tanque todo el tiempo en
que duro el servicio. El servicio lo realizo en Ceuta, terminando con todo el
tiempo establecido, con una hoja perfecta de servicio pasando a la reserva. Es
importante tener en cuenta esta cuestión por lo que dirá después el juez
Assalit Vives en su sentencia y en su cadena de errores y falsedades.
Cuando mi hijo regresa de cumplir con el
Servicio Militar, en su necesidad de solucionar su problema, le pregunta a su psiquiatra,
si no hay alguna cosa más a parte de las pastillas y curas de sueño que le
pueda solucionar definitivamente su problema y no tener que estar perdiendo el
tiempo con tantos absurdos. Por primera vez, su psiquiatra, le habla de la técnica que utiliza el doctor
Juan Antonio Burzaco – una eminencia mundial – en Madrid a base de “radiofrecuencia”;
no obstante, su psiquiatra, le dice que espere, que no tenga prisa, pero mi
hijo quiere probar, pero también se lo sacan de la cabeza sus amigos en especial
uno que es médico y padece una neurosis como la de mi hijo; entre unos y otros
lo deja correr. Una muy mala decisión, porque si mi hijo se hubiera puesto en
manos del doctor Burzaco, “estaría vivo y sería un muchacho feliz” como dijo la
señora Fiscal en el juicio que se celebraría unos años después. Pero lo dejó
correr. Siguió tratándose con su psiquiatra, haciendo todo lo que él le
indicaba, y también estudiando, ayudando en el negocio, haciendo algún que otro
viaje… Nuestra vida, a pesar de la falta de su padre, mi querido esposo, seguía
lo mejor que podíamos. Pero…
Pero, un día, desgraciado día para mi hijo,
ya que lo llevaría a la muerte, yo encuentro a un amigo que hablando de la
familia me pregunta por mi hijo. Le digo que, con sus más y sus menos, pero
como que es un muchacho luchador, él no se rinde. Sigue en la confianza de que algún día saldrá
alguna cosa para solucionar su tipo de problema. Entonces, mi amigo, con toda
la buena fe del mundo, no lo he dudado nunca, me habla de un amigo suyo médico,
que trabaja en el Hospital del Valle de Hebrón y que pertenece a un equipo muy
bueno en estos temas. Si quiero puede concertarnos una entrevista con su amigo
para que nos explique lo que realmente allí hacen por si nos puede interesar.
Le digo que lo tengo que consultar con mi hijo, porque es él quien tiene que
decidir. Cuando llego a casa le cuento a mi hijo el encuentro que he tenido, y
él, que ya había abandonado la idea de probar con cosas que no fueran las
tradicionales, se le despierta el interés, y como que no nos tenemos que
desplazar fuera de Barcelona, sólo por curiosidad, vamos a ver al amigo de mi
amigo, doctor Pedro Nogués, que así se llamaba. Vamos sólo por curiosidad.
AQUÍ EMPEZÓ TODO:
Mi hijo tenía entonces veinticinco años, y
el doctor unos treinta. Al ir recomendados por mi amigo y siendo jóvenes los
dos, se estableció una corriente de amistad, tuteándose como si se conocieran
de años. Aquí la conversación es larga pero la sintetizaré al máximo: Le
decimos que vamos a informarnos de lo que allí hacen, y el doctor, de forma
rápida, nos empieza a explicar las excelencias de la operación ya que de una
operación a cráneo abierto se trata – con bisturí cortante, resalto este punto
por lo que inventarán después los abogados de los acusados. Mi hijo ante este
tipo de operación pone todas las pegas del mundo, pero no sabes nunca como se
lo hacen los médicos, que al final siempre acaban convenciéndote.
Pero, para llevar a cabo este tipo de
intervención, se requieren dos requisitos indispensables: Uno, que el cerebro
de Arturo esté sano, perfecto: El cerebro de Arturo está sano, perfecto como lo
demuestra el TAC cerebral realizado en la Clínica Quirón a instancia del propio
doctor Nogués. El otro, que sería conveniente la opinión de otro psiquiatra.
Decimos que no hay ningún problema y si en el hospital hay alguno que nos
quiera atender que a nosotros ya nos va bien. Nos recibe en su consulta
particular el psiquiatra del Hospital del Valle de Hebrón.
Síntesis de la conversación de Arturo con
el psiquiatra del Hospital del Valle de Hebrón, doctor Gallart:
Arturo-. “¿Usted cree que lo que me ofrecen en el Hospital del Valle de Hebrón
me puede ir bien?”
Doctor-. “Sí. Te puede ir bien”
Arturo-. “Pero, ¿usted no cree que con el tiempo pueden abrirse nuevas vías y
volver las obsesiones?”
Doctor-. “Puede ser pero nunca serán tan
fuertes”.
Arturo -. “¿Usted cree que vale la pena pasar por una operación para volver a lo
mismo aunque no sea tan fuerte?”.
Después de unas cuantas preguntas más por
parte de Arturo y mías, el doctor termina
diciéndole a mi hijo: “Mira, chico, si te lo quieres hacer te lo haces y
si no, no te lo hagas; el mundo está llenos de personas con neurosis obsesiva y
no pasa nada”.
En algunos medios de comunicación salió la
noticia de que, “debido a los intentos de suicidio, un equipo de psiquiatras
del Hospital del Valle de Hebrón recomendó la radioterapia”. El doctor Gallart fue el “equipo” y con él no
hablamos de la radioterapia porque el cambio de planes todavía no se había
producido, y con él nada se habló de los intento s porque éstos ya habían pasado a la
historia.
Es importante, Señor, toda esta
información para que uno se pueda dar cuenta de las invenciones y barbaridades que esgrimen los
jueces en sus sentencias para proteger “ellos” sabrán que cosas y así poder
dejar a las víctimas en una total indefensión.
Naturalmente, mi hijo salió un poco
confuso de la entrevista con el doctor Gallart, pero confiando en el amigo del
amigo de su madre – ¡pobre hijo mío! -, y creyendo que no le engañaría, se
decide y volvemos con el doctor Pedro Nogués como habíamos quedado. Pero antes,
también, hemos de entrevistarnos con el doctor Enrique Rubio García, Jefe de
Servicio de Neurocirugía del mismo Hospital del Valle de Hebrón porque, según
el doctor Nogués, era el doctor Rubio, quien tenía que dar el “visto bueno”.
Nos recibe en su despacho del mismo hospital y nos canta las mismas “excelencias”
de la operación que nos había cantado el doctor Nogués, extendiéndose, incluso,
en explicarnos las dificultades que habían tenido al principio, pero diciendo
que ya estaban solucionadas y podía operarse con total tranquilidad. Mi hijo,
pobre, con la seguridad que quería tener de que no pudiera surgir algún
imprevisto, hacia las mil y una preguntas, Yo, ante tanta inasistencia, le
decía que, ellos eran los médicos los que sabían. Mi hijo, con toda la razón
del mundo, me decía: “Sí, mamá, ya lo sé. Ellos son los médicos,
los que saben, pero se trata de mi salud y de mi vida, he de estar muy seguro
de lo que van a hacer y del resultado que pueda obtener; tocar el cerebro no es
como extirpar una apendicitis”. Pero el doctor insistía en que no podía
correr ningún riesgo. Nos estaba engañando miserablemente como se verá a
continuación. Volvemos a la consulta del doctor Nogués.
SEGUNDA Y ÚLTIMA ENTREVISTA CON EL DOCTOR NOGUÉS:
Ese día, teníamos que señalar el día y
hora de la intervención e ir yo a arreglar los papeles de la Seguridad Social,
ya que esta intervención la cubría la Seguridad Social.
Mi hijo, pregunta una vez más e
insistiendo mucho al doctor Nogués: “Estáis bien seguros de lo que vais a hacer.
No debéis de olvidar que yo vengo a curar una neurosis obsesiva y no a buscar
lo que no tengo”. Ante la
insistencia de mi hijo, al final, el doctor Nogués, ante nuestro asombro, nos
dice titubeando: “Que…, nos tiene que decir algo: Que sí, que existe un tres
por ciento de riesgo de poderse quedar imposibilitado y un uno por ciento de
riesgo de muerte”. Ante esta nueva información, nos quedamos aterrados, le recriminamos el que
nos hubiera estado engañando durante todo este tiempo, le decimos que aquello
no nos interesaba de ninguna de las maneras, incluso, le decimos que aquellos
supuestos “tratamientos” deberían de estar prohibidos para tratar problemas
psicológicos, y nos despedimos. Hecho que el doctor Nogués, en su declaración
en la vista oral del juicio, no negó, declaró: que Arturo no quiso aceptar el
riesgo
No
quisiera alargarme en otros hechos que no fueran los necesarios, porque todo
está explicado en la información que le adjunto, pero es tan asombroso todo, y
todo lo que envuelve a esta gente es tan sucio que cualquier hecho tiene una
gran relevancia. Por ejemplo: Mi hijo le pregunta al doctor, cómo podía ser que
estando una persona sana, por el hecho
de tratar un problema psicológico pudiera morir. El doctor le explica que,
“puede pasar que, entretanto el médico está operando le pueda venir un temblor
del pulso y tocar lo que no debe, entonces es cuando se puede producir una hemorragia
que si es leve no pasa nada, pero si es abundante, puede producir la muerte”.
Pero lo más extraño es que, después de explicarnos esto, y de nosotros ya despedirnos,
le llaman por teléfono. Coge el auricular, habla, cuelga y dirigiéndose a mi
hijo le dice: “Ves, lo que te decía: ahora, a un muchacho que tiene lo mismo
que tú, le están operando y se ha producido una hemorragia. Esperen que
enseguida vuelvo”. Ante todo aquello tan extraño, le digo a mi hijo que nos
vayamos, ya nos habíamos despedido por lo tanto no hacía falta esperarlo, pero
mi hijo, con su bendita educación, me dice, que le esperemos, que no se vaya a
pensar que somos unos mal educados, y sobre todo, que no hagamos quedar mal a
mi amigo que tanto se había preocupado por nosotros. Y…, desgra-ciadamente, le
esperamos para despedirnos de nuevo. Cuando regresa el doctor, mi hijo le
pregunta lo que será del muchacho. Parecía que al doctor no le importaba
demasiado lo suerte que pudiera correr. Le contestó diciendo, que ya se lo
diría la próxima vez que se vieran. Le recuerdo que no habría una próxima vez,
que si no recordaba que no nos interesaba nada de lo que nos había dicho, y,
nos despedimos otra vez. Pero…
Pero,
estando cruzando el umbral de su despacho, el doctor nos dice: “¡Esperen! ¡No
se vayan!”, y dirigiéndose a mi hijo: “¡Espera, Arturo, no te vayas! Puedo
proponerte una cosa que te puede ir muy bien y te puedo asegurar que no
correrás ningún riesgo. Lo que ocurre es que no lo cubre la Seguridad Social,
se realiza en una clínica privada, la DEXEUX. Puede venir a costarte unas
trescientas mil pesetas, pero vale la pena probar. Estarás ingresado de veinte
a treinta minutos pudiendo regresar a casa de inmediato y seguir con tu vida
habitual. Lo peor que te puede pasar es que te quedes como estás, pero vale la
pena probar”, repitió. Todo esto dicho con tanta seguridad y sabiendo que mi
hijo no iba a aceptar ningún tipo de riesgo ni por más mínimo que éste fuera,
nos resulta atractivo y volvemos a sentarnos para que nos explique de que se
trata. Nos cuenta que se trata de un
tratamiento a base de rayos gamma que se aplica con mucho éxito en el Hospital Karolinska
de Suecia y poco más, pero mi hijo vuelve con las mil y una pregunta, y además
le pide al doctor que le dibuje el esquema de un cerebro para que le explique
con detalle como entran los rayos en el cerebro y realizan estos su función. El
doctor se lo dibuja y, bien…todo muy bien, según el doctor. Mi hijo, con sus
dudas, le dice: “Me estás proponiendo un tratamiento relativamente nuevo. ¿Sabes que
puede pasarme cuando tenga cuarenta o cincuenta año? Ya sabes que con los rayos
nunca se sabe”. El doctor le dice que tiene razón pero que se han hecho
los suficiente ensayos y tratado a suficientes pacientes para poderle asegurar
que no puede correr ningún riesgo y si conseguir grandes ventajas. En este caso
los rayos resultaban curativos o
inocuos”. Aunque puede parecer que nada puede ser seguro cuando se trata de
tocar el cerebro, no sabes cómo se lo hacen los médicos, que al final, como ya
he comentado, siempre, siempre, logran convencerte. Juegan con la necesidad de
la persona, la buena fe y utilizan el Abuso de confianza como nadie. El doctor
le insiste que lo único que le puede pasar es que se quede como está, y, esto
fue lo único que mi hijo aceptó: quedarse como estaba. El doctor Nogués nos da un papel de presentación para
entregar al doctor Guix en su despacho de la Clínica DEXEUS. EL nombre de la clínica
daba confianza porque era una clínica de mucho prestigio. Se podía acudir con
seguridad, Pero…
Pero, si a mi hijo le quedaba alguna duda,
el doctor Guix, se la supo disipar muy bien, (importantísimo este punto por lo
que dirá en su sentencia la jueza Dª María Eugenia Alegret Burgues). El doctor
Benjamín Guix tenía unos treinta años, más o menos como el doctor Nogués, y lo
mismo que con el doctor Nogués, entraron en una conversación y corriente de
simpatía, que en mi hijo fue sincera, como si se conocieran de toda la vida.
Les recuerdo uno sentado enfrente del otro, como dos amigos que uno le cuenta
al otro, con toda la confianza del mundo, sus problemas e inquietudes y el otro
– doctor Guix -, le dice que no se preocupe, que esté tranquilo, que él le
ayudará. Sobre la radioterapia le canta las mismas excelencias que le había
cantado el doctor Nogués, quizás con mucho más énfasis para terminar de
convencerle. Lo que no puede imaginarse nadie, ni quisieron saber los jueces,
fue la conversación en que entraron médico y paciente: hablaron de muchas
cosas, e incluso de Ópera, parecía que el doctor Guix era también un gran
aficionado. Según le preguntaba y Arturo le explicaba, le servía al doctor para
animarle a que se lo hiciera: “él que tenía tantos intereses en la vida, buena
posición, que la familia tenía negocios, que podía disfrutar de viajes, su
carrera de música, de piano…, no tenía el porqué estar perdiendo el tiempo con
el psiquiatra, ni curas de sueño, ni tomando pastillas, ni con nada, con la
radioterapia todo solucionado. ¡Valía la pena probar”. A pesar de mucho
insistir por parte de mi hijo con la posibilidad de que surgiera algún
imprevisto, el doctor logró convencer a mi hijo: “¡Háztelo que no te
arrepentirás! Si te lo haces será la mejor determinación que habrás podido
tomar nunca en tu vida!” Mi hijo
preguntó: “¿Puedo tener algún efecto
secundario?”. El doctor le contestó: “Dos o tres días de dolor de cabeza y
quizás ni eso”. Y mi hijo le creyó.
En cuanto la forma que
el doctor Nogués tuvo de, digamos, vender la radioterapia a mi hijo con la
historia del chico al que se le produjo una hemorragia entretanto le estaban
operando, muchos han sido, incluso médicos, los que han dicho que, aquello
debía de estar preparado para vendernos la radioterapia, porque ningún médico
le dice a su posible paciente, que lo que le está proponiendo está poniendo en
peligro la vida de otro paciente.
Bien: una vez mi hijo convencido, quedamos
para el día y la hora para que le tomaran las medidas del casco que ponen para
aplicar la radiación y el día y la hora para aplicarla: 3 de marzo (1988) a las
seis de la tarde. Pero, antes, el doctor nos pide los honorarios; eran, según
nos dice, normas de la clínica cobrar antes de realizada la intervención. No llevaba
encima ni dinero en metálico ni talonario; quedamos en que pasaría a pagar al
día siguiente. Me recibe el mismo doctor Guix. Cuando le pregunto a nombre de
quien extiendo el talón, si a nombre de la clínica o a nombre de él, puesto que
el Servicio de Radiología llevaba su nombre, me contesta: “al portador y sin
barrar”.
Cuando le pedí el recibo o comprobante de
pago (trescientas mil pesetas), me puso una excusa y no me lo dio. Aunque la
película-denuncia que se realizó para las TV Autonómicas sobre la muerte de mi
hijo, sale que si se lo dieron a la madre quien fue a reclamarlo, yo nunca lo
reclamé y por tanto no me lo dieron.
Recuerdo a mi hijo tan lleno de buena fe
cuando al salir del despacho del doctor Guix, que me dijo: “Sabes, mamá, el doctor Guix me
cae muy bien. Se ve que es una buena persona”. ¡Qué lejos estábamos de pensar que aquella buena persona, como mi
hijo creía, le llevaría a una muerte cruel y que encima se burlaría de él, como
quedó demostrado en las vistas orales del juicio!
SUBTERRÁNEO DE LA CLÍNICA DEXEUS: 3 de marzo de 1988 a las seis de la tarde.
Cómo habíamos quedado con el doctor Guix,
nos personamos en la Clínica DEXEUS, pero ocurre un hecho sorprendente:
Mientras esperamos a que nos atienda el doctor Guix, como creíamos, aparece el
doctor Enrique Rubio García, al que habíamos visto una sola vez en el Hospital
del Valle de Hebrón. Cuando vemos que se va a hacer cargo de Arturo, le
pregunto, qué es lo que tiene que ver él con mi hijo, si con él no hablamos
nada de la radioterapia. Nos contesta que, “aquellos casos los lleva él
conjuntamente con el doctor Guix”. Tenían conciertos privados, cosa que
nosotros ignorábamos. Se lleva a mi hijo para dentro de la sala de
radioterapia, nos dice que estemos tranquilo que enseguida saldrá y, mi hijo
mirándome como diciendo, que le vamos a hacer, y cómo que estábamos en la
Clínica DEXEUS, podíamos estar tranquilos…
Ya sé que muchas personas no entienden
como pudimos ser tan confiados, y ahora, yo tampoco lo entiendo, y no entiendo
cómo siendo mi hijo una persona que se miraba con lupa cualquier cambio de
tratamiento que aceptara una cosa así con lo que nos había pasado y nos estaba
pasando, pero, pienso que él, pobre, también confió en mí, y si a mí me parecía
bien… Pero ahora por más vueltas que le dé, ya es demasiado tarde. “Ellos”, los
malos médicos, siempre disponen de medios para convencerte y algunos son tan
malas personas, como desgraciadamente los que nos tocaron a nosotros que,
incluso, intentan dar la culpa al paciente de su propia muerte.
Bien: tanto el doctor Nogués como el
doctor Guix, nos habían dicho que la sesión duraría entre veinte y treinta
minutos, aunque uno puede entender de que se alargue un poco más, con lo cual
el tiempo de radiación sería de entre diez o doce minutos que hubiera sido lo
normal en el caso de que el tratamiento hubiera estado acertado en el caso de
mi hijo. Pero el tiempo pasaba y Arturo
no salía. Al cabo de una hora y media en la que nadie nos había dicho nada,
viene hacia nosotros el doctor Rubio, para decirnos que no nos preocupemos, que
había habido un pequeño problema con la máquina pero que ya estaba solucionado.
Arturo saldría enseguida. Pero hemos de esperar otra hora y media larga. En
total tuvimos que esperar tres horas y cuarto, ante la media hora que nos habían dicho aunque aceptaras que
pudieran pasar unos minutos más.
Hay quien también nos pregunta qué, cómo
no nos dimos cuenta de que aquello no iba bien, de que alguna cosa extraña
pasaba. Y, ahora, yo también me lo pregunto, y me pregunto qué, cómo mi hijo
con lo decidido que era no dijo, basta, no quiero seguir con esto, o porque no
fui yo la que no llamó a la puerta para preguntar o llevármelo. Pero…, una vez
estás allí, ¿qué has de hacer si estás en sus manos? Tú, no entiendes y piensas
que si interfieres, puede ser peor. No tienes más remedio que seguir y esperar…
Pasado ese tiempo, el doctor Rubio salió
de la sala para decirnos que “todo había ido muy bien”, que fuéramos a verle
dentro de tres meses, y se marchó. Él nos estaba engañando porque sabía muy
bien lo que iba a ocurrir, como quedó demostrado en el juicio.
He de señalar, que al doctor Guix no le
vimos en ningún momento. Para nosotros no se encontraba en la clínica, pero sí
que estaba como supimos años después. Cuando el doctor Rubio tuvo que ir a
declarar ante el Juez de Instrucción, dijo que le estaba acusando de una cosa
que no había hecho, que quien irradió a mi hijo fue el doctor Guix, que él se
limito a indicar el lugar en donde aplicar la radiación. Quedaron implicados,
él, el doctor Guix y la Clínica DEXEUS, ésta como responsable civil
subsidiaria.
Bien: Volviendo a la Clínica DEXEUS: Al
cabo de unos minutos de haberse marchado el doctor Rubio, salió mi hijo de la
sala de radioterapia solo, yendo de un lado para otro de lo mareado que estaba,
con un fuerte dolor de cabeza, cayéndole los mocos y estornudando por el fuerte
constipado que había cogido, con unos hilillos de sangre cayéndole por la sien
debido a la forma bestial de aplicarle el casco o lo que fuera para aplicar la
radiación. Salió hecho un desastre. Yo, ante aquello, empecé a gritar, a llamar
para que alguien nos atendiera, pero aunque cueste creerlo, en aquel sótano y a
aquella hora, sobre las diez de la noche, no había nadie, pero yo seguía
llamando hasta que mi hijo, me dijo: “Madre, no puedo resistirlo más. Vámonos
para casa, por favor. Déjalo correr, por favor”, repitió. Y, añadió: “Y no
quiero volver a ver más a este médico porque es un bestia, le he pedido por
favor una manta porque tenía frío y me la negado diciéndome: ¡Cállate burro!”.
Aunque no era la forma de expresarse de mi hijo, pensé que como lo había o lo
estaba pasando tan mal…pero, después, siempre después, del mismo entorno del
doctor Rubio, pudimos saber que no solamente era un bestia, sino que era o
es, un ser cruel sin ningún tipo de sentimiento humano.
Esto que explico y que parece que no pueda
pasar en una clínica de tanto prestigio como es la DEXEUS, se repitió al cabo
de dos años. El muchacho en cuestión, José Antonio Guiu, en este caso para
tratar un aneurisma cerebral, salió en las mismas condiciones que Arturo de las
manos de los doctores Guix y Rubio: dijo al salir: “Antes de volver a pasar por este infierno preferiría morir”.
Este muchacho sigue vivo gracias a otros
médicos que lo trataron después de la Clínica Sagrada Familia. De ser por los
médicos Guix y Rubio, ya estaría muerto. El caso esta relatado en el libro
“Arturo”.
Después de pasados unos días, el malestar
provocado por la forma de aplicar la radiación en la Clínica DEXEUS, fue
cediendo y mi hijo se fue recuperando. Pero lo que no podíamos imaginar de
ninguna de las maneras era que, mi hijo salió de la clínica condenado a muerte
de forma irreversible. Como supimos después por el propio informe del doctor
Rubio, dentro de las tres horas y cuarto en que duro la sesión, DOS HORAS Y
VEINTE MINUTOS, fueron destinadas a irradiarle el cerebro. A “achicharrárselo”,
que fue la expresión que utilizó la Señora Fiscal en las vistas orales del
juicio: Dos horas y veinte minutos que fueros mortales de necesidad.
Aquí, Señor, me he alargado más de lo
deseado, pero es tan increíble lo de esta gente que hay aspectos que si no se
explican con un poco de “detalle” resultan imposibles de imaginar ni de creer
que sean verdad. A partir de aquí, intentaré sintetizar al máximo lo que falta
aunque resulte difícil.
Después de la radioterapia, mi hijo siguió
igual, ni mejor ni peor, y nuestra vida siguió también como siempre, con todo y
el problema de mi hijo, bastante bien, pero pasados unos ocho meses, mi hijo
por aquello de que “si uno tiene un problema y una posible solución a mano es
absurdo no aprovecharlo”, decide probar con la técnica del doctor Burzaco; dice que no quiere quedarse
con la duda de que quizás le hubiera ido bien y no haberlo intentado. Si no le
va bien, dice, se tendrá que conformar con lo que tiene y nada más. Mi hijo se
pone en manos del doctor Burzaco, y la neurosis obsesiva desaparece y emprende
una vida como si nada hubiera sucedido. Su psiquiatra, repite una vez más, que
Arturo es un caso muy especial, porque nadie se pone bien tan deprisa. Mi hijo
dice, que ha probado todo lo que tenía que probar y ahora sólo dependía de él.
Y mi hijo empieza a trabajar en el negocio ininterrumpidamente, decide terminar
su carrera de piano y todo nos va tan bien que decidimos ampliar nuestro
negocio con otro local: negocio de ropa e inmobiliario infantil y juvenil,
futura mamá y decoración.
Y, en ello estábamos, buscando el local
que más nos pudiera interesar para ampliar el negocio y preparando las
vacaciones del mes de agosto de 1989. Un viaje importante por Estados Unidos,
Méjico y Canadá. Todo esto que explico, Señor, es sumamente importante por
lo que dirán después los jueces, en la Vía civil, D. José Manuel Martínez
Borrego y Dñª María Eugenia Alegret Burgues, que tienen el valor de negar esta
evidente realidad y se inventan que mi hijo vino de Madrid muy grave debido a
la radiofrecuencia, contradiciendo incluso a la ciencia médica y a sus
antecesores que no niegan los beneficios de la radiofrecuencia a mi hijo y
reconocen que fue la radioterapia la que le causó el daño que le llevó a la
muerte, aunque intenten disfrazarlo a su manera como se verá.
Como le digo, todo nos iba muy bien; una
noche, como otras veces, mi hijo me invitó a cenar y al teatro. Pasamos una
velada muy agradable, hablamos de nuestros proyectos en común, él, de los suyos
personales… Un velada feliz, pero sin poderlo imaginar, aquella velada sería la
última que disfrutaría con mi hijo estando tan bien como todos creíamos. A la
mañana siguiente, mi hijo se levantó como cada día a las siete de la mañana
para ir a trabajar, pero ese día, arrastrando un poco los pies, un ojo medio
cerrado y la boca un poco torcida. Al verle de aquella manera, le dije que
tenía que verle un médico con urgencia. Me dijo que ya iría otro día “porque
hoy había mucho trabajo en el comercio que no podía desatender”: no se estaba
dando cuenta de lo que le pasaba. Saltándome unos aspectos que están explicados
en el Testimonio y libro adjunto para no alargar demasiado este escrito, le
diré que, a los tres días de este suceso mi hijo ingresaba en el Hospital del
Mar donde me comunicaban la gravedad de mi hijo. Cuando pregunté, si era que mi
hijo se moría, me dijeron que sí. No sabían exactamente lo que tenía, pero
fuera lo que fuera era irreversible. Podía tratarse de un tumor, en la gente
joven, a veces, cuando da señales ya es demasiado tarde, podría ser el caso de mi
hijo, pero fuera lo que fuera, era irreversible, repitieron. Tenían que hacer
más pruebas para saber exactamente de qué se trataba. Una vez realizadas todas
las pruebas descubrieron lo que llevaba mi hijo a la muerte. Diagnosticaron:
“Lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e inoperable”, resultado
de los rayos aplicados en la Clínica DEXEUS. Aunque ya estaba claramente
diagnosticado el daño, los médicos del Hospital del Mar me pidieron el informe
que creían me habían entregado en la Clínica DEXEUS, para saber la cantidad de rayos que le habían aplicado.
Como no me lo dieron, tuvimos que pedirlo y pedirlo hasta seis veces y amenazar
en recurrir a la justicia si no lo entregaba puesto que hacían oídos sordos. El
propio informe del doctor Rubio confirma que la sesión tuvo una duración de
tres horas y cuarto y el tiempo de radiación, en total, dos horas y veinte
minutos. Toda la maraña en que se llevaban entremanos los doctores Guix y Rubio
se puede ver en los relatos adjuntos.
Mi hijo quedó ingresado sin ninguna
posibilidad de esperanza de poder salvar su vida: El exceso de radiación mata las células por reacción en cadena. No hay
salvación posible. Cuando les pregunté a los médicos qué, si quizás nos
hubiéramos dado cuenta antes le hubiéramos podido salvar la vida, me
confirmaron que mi hijo salió de la Clínica DEXEUS condenado a muerte. Mi hijo
quedó ingresado en el Hospital del Mar, y yo oía al personal sanitario cómo
repetía: “Este pobre chico se muerte, que pena da”.
Pero, desagraciadamente para él, no murió
cuando todos creían, y mi hijo, sin que nadie pudiera entender cómo podía
sobrevivir tanto con lo que le habían hecho en su cerebro, vivió muriendo y
padeciendo lo indecible, durante cuatro años y seis meses más. Fuerte que era y
sano que estaba. Debido a su resistencia, antes de morir, para aminorar sus
sufrimientos, se consideró necesario vaciarle el edema producto de la
radiación. Yo tenía que dar la autorización: Una dura decisión: Sí, di mi
consentimiento, porque mi pobre hijo ya no podía decidir nada. Se le vació el
edema y se extirpó un pedazo de cerebro quemado; menos quemado, menos daño
pensaron, pero no se consiguió aminorar sus sufrimientos. Su camino hacia la
muerte fue cruel, muy doloroso, pero de todo esto, los jueces no quisieron
saber nada.
Le agradecería que si un día tuviera un
poco de tiempo libre, leyera de lo que será el nuevo libro que le adjunto o del
mismo libro, “Araturo”, cómo era mi hijo y la lucha que se vio obligado a
llevar a cabo hasta su muerte por culpa de unos individuos, malvados,
estafadores, en definitiva unos “peligrosos sociales” como muchos les han
calificado. Aunque he de insistir que no son ellos los únicos culpables de
estos crímenes execrables, son los jueces que los protegen. Con ello, los
jueces, no solamente protegen a este tipo de médicos salvajes, sino que
permiten que sigan con sus crímenes con total impunidad. Como también he
escrito tantas veces, si quizás los muertos fueran los hijos de los jueces y
tuvieran que ver como sufren y mueren sin poder hacer nada para ayudarles, si
tuvieran que escuchar sus súplicas pidiendo ayuda sin poder hacer nada, nada
para poderles ayudar y todo por culpa de unos malditos sin alma, las sentencias
serían muy distintas, pero que muy distintas, pero… no son sus hijos.
Después de tener que ver sufrir y morir de
forma tan cruel y gratuita a tu hijo, viene la segunda parte, que es la que me
ha impulsado a escribirle a Usted. La parte judicial, la injusticia más
aberrante de entre las aberrantes dentro de las negligencias, asesinatos,
médicos, porque en el caso de mi hijo de un asesinato se trata. Recuerde que mi
hijo era una persona fuerte, sana, “más sana que él no había otra” cómo solía
decir su psiquiatra, que únicamente quería solucionar sus manías, sus angustias
para no tener problemas de salud en el futuro. El informe de su psiquiatra
dice: “neurosis obsesiva que cursa con comprobación, orden y limpieza. No se le
conoce abuso del alcohol, ni la toma de estupefacientes. Mantiene una buena
adaptación social y una adecuada autonomía”. A mi hijo no le gustaba el
alcohol, tomaba alguna cerveza de vez en cuando y siempre con gaseosa y sólo
tomaba las pastillas que le recetaba su psiquiatra. En su maldad, como se podrá
leer en la parte que sigue sobre el proceso judicial, el doctor Rubio quiso
hacer creer que mi hijo era poco menos que un alcohólico y un pastillero cuando
no le conocían de nada - pues ni les interesó ver el informe de su psiquiatra -,
hecho que indignó en gran manera entre otros a sus amigos que se conocían desde
niños, y nunca le habían visto tomar ni una copa de vino. Después, sí, en la
misma vista, los abogados de los acusados queriendo disculpar a uno de sus clientes,
doctor Rubio, pidieron perdón. Pero el daño ya lo habían hecho. Un daño añadido
más: Las brutales declaraciones de los acusados.
Para entender perfectamente las
atrocidades que dicen los jueces en sus sentencias, es necesario leer las
sentencias – la mayoría se encuentran en el libro, “Arturo” - pero aquí resaltaré
unos puntos que ya dejan claro el talente de los jueces que han juzgado este
dramático proceso y el interés desmesurado que han demostrado para proteger a
los acusados y librarles de la cárcel, como señala, en un caso como el de mi
hijo, el Artículo 343 del Código Penal.
Se inicia el RECORRIDO
JUDICIAL. Un
recorrido de años dolorosos, llenos de injusticias inimaginables e inacabables.
RECORRIDO JUDICIAL
Cuando se descubrió lo
que le habían hecho a mi hijo, hubo un gran revuelo entre la clase médica.
Muchos médicos de otros hospitales y otras clínicas, quisieron conocer a mi
hijo personalmente. Quienes le trataron y le vieron, me aconsejaron que
denunciara a quienes habían hecho aquello a mi hijo, porque aquella gente no
podía seguir en la medicina, lo que le habían hecho a mi hijo era algo atroz
que nunca en la vida podía haber ocurrido. Quienes hicieron aquello a mi hijo,
“eran un peligro social”. Les hice caso y presentamos una querella. Esta fue
contra el doctor Rubio, pues en un principio nos creíamos que él, era el único
culpable, después de las declaraciones ante el primer Juez de Instrucción,
quedaron implicados, el doctor Rubio, el doctor Guix y la Clínica DEXEUS, ésta
como responsable civil subsidiaria.
Pero tuve que esperar SIETE AÑOS, siete,
hasta no conseguí ver sentados en el banquillo de los acusados a quienes tan
cruelmente mataron a mi hijo: a los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique
Rubio García. Un primer Juez de Instrucción que parecía un buen hombre y
comprendió mi postura pero, que al poco tiempo de haber tomado la declaración
se marchó o lo destinaron a otro lugar; un segundo Juez de Instrucción que dejó
pasar el tiempo sin hacer nada, y un tercer Juez de Instrucción, Juan Pablo
Gonzalo Gonzalo, que cerró el caso
cautelarmente por falta de pruebas dijo. Los médicos que atendieron a mi hijo
en ésta si su gran desgracia, no podían dar crédito, porque según dijeron:
“pruebas más claras que en el caso de Arturo no habían otras”. Este juez,
visiblemente protector de la Clínica DEXEUS, incluso puso en duda el que en
esta clínica hubieran podido hacer una cosa así, y esto sin estudiar el caso.
Presentamos un Recurso a la Audiencia
Provincial de Barcelona, alegando que “había indicios de criminalidad en la
actuación de los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García”. Nos
dieron las razón, y la cuarta Jueza de Instrucción, Dñª Montserrat Arroyo
Romagosa, ordenó la apertura de las vistas orales del juicio. La Fiscalía en
aquel entonces, acusó a los médicos de “imprudencia temeraria profesional con resultado de muerte”,
solicitando cuatro años dos mese y un día de cárcel para cada médico y una
indemnización de cincuenta millones de pesetas parte de la cual debía de satisfacer
la clínica DEXEUS.
Para poder condenar sin paliativo alguna,
únicamente tenía que quedar demostrado que mi hijo era una persona sana y que
murió por causa de un exceso de radiación. Y esto quedó sobradamente
demostrado.
Los informes que presentaron los peritos
de parte de los acusados, fácilmente podían tirarse al traste, ya que incluso
de una forma chapucera contradicen a la ciencia médica. Los informes de los
médicos que atendieron a mi hijo y descubrieron el daño causado señalaba el
exceso de radiación como causa de la muerte, sus declaraciones verbales en el juicio también –
médicos del Hospital del Mar, de la Clínica Quirón, quienes fueron siguiendo su
proceso y los médicos del Centro de Resonancia Magnética, que también siguieron
su proceso. Todos se mantuvieron firmes en la “lesión por radionecrosis
diferida”. Incluso la doctora representante de la Clínica Quirón, cuando la
señora Fiscal le preguntó, por qué estaban tan seguros de que la muerte de
Arturo se produjo por exceso de radiación y no por otra causa, como por un tumor,
por ejemplo, muy segura y firme contestó: “porque hay suficientes medios y
maquinaria que así permiten asegurarlo.
Cuando los abogados de los acusados
quisieron culpar al doctor Burzaco por haber aplicado la radiofrecuencia a
Arturo, diciéndole que si la muerte se hubiera producido por culpa de la
radiación Arturo hubiera muerto enseguida, El doctor Burzaco contestó que,
aquello no era cierto, que los rayos aplicados a Arturo, eran como en
Chernóbyl, unos murieron enseguida, otros al cabo de unos meses y otros al cabo
de unos años. En cuanto a la radiofrecuencia por sí misma no puede producir
ningún daño; sólo se puede producir un daño en el caso de que la aplique una
persona inexperta y en este caso se produciría en el acto.
El doctor D. Juan Antonio Valverde, Jefe
del Instituto Nacional de Toxicología, quien realizó el estudio del cerebro de
mi hijo, dijo en su informe que, “aun siendo inespecífico, era totalmente
compatible con lesión por radionecrosis”. Los abogados de los acusados aprovecharon
para decirle que, en este “inespecífico” podían caber muchas cosas, como un
tumor por ejemplo. El doctor Valverde contestó, que si había escrito
inespecífico, ahora decía específico, porque él que había estudiado milímetro a
milímetro el cerebro de Arturo Navarra Ferragut, podía asegurar que el cerebro
estaba sano y si no hubiera sido por la radiación no tenía nada”. Y ante la
maldad de la actitud de los abogados defensores de los acusados y de la Clínica
DEXEUS, el doctor Valverde, levantándose del asiento y en voz bien alta,
sentenció: “Y las radiaciones ionizantes mal aplicadas matan y esto es lo que
ha sucedido con este muchacho”. A la referencia que hizo el doctor Burzaco de
los rayos que mataron a miles de personas en Chernóbyl, el doctor Valverde,
dijo que, “no hacía falta irnos tan lejos, que aquí en el Hospital Miguel
Servet de Zaragoza murieron siete personas por exceso de radiación cuando las
estaban tratando de cáncer”. (Murieron muchas más, pero que denunciaron, que
sepamos, siete) Este hecho fue un escándalo Mundial que hizo que España fuera
condenada por el Tribunal Europeo de Luxemburgo.
Tres vistas duras e intensas. En el libro
“Arturo” están explicadas lo mejor posible. Pero lo que levantó indignación
entre el numeroso público asistente, fue cuando la Señora Fiscal preguntó al
doctor Enrique Rubio García, si había avisado a Arturo Navarra Ferragut de que
se podía quedar en una silla de ruedas o morir, y éste cínicamente, contestó: “¡Hombre! ¡No! Porque nadie se lo haría”. Añadiendo más cínicamente
todavía: “Y los rayos de vez en cuando
dan una broma y si la dan es imprevisible”. La Señora Fiscal, le preguntó
si creía que era una broma el que muriera una persona. El doctor agachó la
cabeza y no contestó.
La Señora Fiscal también preguntó al
doctor Benjamín Guix Melcior, qué criterios siguió para aplicar la radiación, y
el doctor contestó: “Por el ojo
clínico”. Otra gran muestra de
indignación por parte del público y una voz de entre el público, de algún
familiar o amigo, que con toda su fuerza gritó: “¡¡BURRO!!”.
Pero hubo otra declaración que también
levantó la indignación del público, cuando se estaba tratando el tema del
“hígado graso” de mi hijo que debido a tanta medicación se le enfermó y tanto
le hizo sufrir, el doctor Rubio, con una vos desagradable y lleno de una maldad
imposible de imaginar, dijo: “Los borrachos también tienen ese hígado y este
señor era un pastillero y los pastilleros agreden su salud”. Le aseguro,
Majestad, que si en aquel momento hubiera tenido un arma de fuego hubiera
disparado sin titubear. Él, no conocía a mi hijo, lo poco que se vieron,
primero en el Hospital del Valle de Hebrón y después en el momentos de
llevárselo para dentro de la sala de radioterapia en la clínica DEXEUS, nada
supo de cómo era mi hijo ni nada le importó
leer el informes de su psiquiatra puesto que nadie se lo pidió, ni sabía
que mi hijo se sometió a aquel tipo de tratamiento por la seguridad que le dio
y porque con él ya no tendría que tomar más pastillas para su neurosis que con
el tiempo le pudieran perjudicar su salud. Un hombre malvado a más no
poder.
Aquí tuve que calmar a mi hermano que al
oír aquella barbaridad se indignó tanto que ganas le quedaron de darle algún
tortazo, pues como dijo, nunca había visto a Arturo a beber ni un vaso de vino,
y los amigos de mi hijo, que dijeron que durante los años que le conocían –
desde niños -, si le habían visto beber los vasos de cerveza que pueden
contarse con los dedos de la mano, ya eran muchos. A mí, mi abogado también me
tuvo que “coger del brazo y calmarme” antes de entrar a la Sala de Vistas,
porque el docto Rubio se paró delante de mí y con gesto burlón se rió de mi. Me
faltó poco para romperle las gafotas que llevaba en su maldito rostro. Esto es
lo que consiguen esta mala gente, añadir más dolor al dolor. Resulta muy
difícil mantener la serenidad ante tipos de esta naturaleza.
Tengo que agradecer al Profesor Borondo
Alcázar, quien estudió conjuntamente con el doctor Valverde el cerebro de mi
hijo, que cuando el doctor Rubio intentó hacer creer que mi hijo era un
“borracho” por lo del hígado graso, que, espontáneamente levantán-dose del
asiento y dirigiéndose al juez, le dijo: “No hay que olvidar señoría, que este
muchacho ingresó en el Hospital del Mar por una radionecrosis diferido que le
obligó a tomar altas dosis de corticoide Dexametasona y éste con el tiempo
produce un hígado graso”. Se lo agradecí profundamente.
Pero independiente de los sentimientos que
provocaron las maléficas declara-ciones de los médicos Guix y Rubio, lo
importante son las declaraciones en sí mismas: “No avisaron del peligro”, “los
rayos de vez en cuando dan una broma”, y además “las aplicaron por el ojo
clínico”.
En el libro “Arturo”, se encontrará toda
la sentencia y la contrasentencia, pero creo que los puntos expuestos son
suficientes, para “valorar” la sentencia que dictará después el Juez José María
Assalit Vives y que no cabe duda que ha sido el referente de todas las demás
sentencias para no condenar a sus “protegidos”, principalmente, doctor Guix y
Clínica DEXEUS, y no contradecir a su “compañero”, como se llaman los jueces
entre sí, Assalit Vives.
Durante los siete años de espera, se
llevaron a cabo campañas de denuncia
contra los médicos y contra el sistema judicial que permitía que pasaran los
años con el peligro de que otros muchachos siguieran el mismo trágico camino
por el que tuvo que pasar mi hijo. De hecho, en la clínica DEXEUS dejaron de
aplicar estas radiaciones para tratar problemas psicológicos como el de mi
hijo, a raíz de mis campañas públicas y a raíz de las mismas, consideraron que
era mejor para la clínica que el doctor Guix se fuera a trabajar a otro lugar,
cosa de la que él me culpa a mí como declaró en unos de los juicios que se celebraron por “injurias y calumnias”,
como ellos decían.
También he de decir, que dentro de este
tiempo, tanto el doctor Jordi Jornet lozano como el abogado de la clínica
Dexeus señor Domínguez Ventura, ofrecieron a mi abogado de entonces D. Javier
Selva y a mí, todo lo que yo quisiéra si retiraba la querella, como no me
pudieron convencer se rebotaron contra mí como lobos hambrientos. Hubieron
amenaza contra mi madre, que la hicieron padecer mucho, contra mis amigos,
contra mí, todo explicado en el libro y testimonio adjunto, investigación de
bienes, pérdida de mis negocios, propiedades… en fin… Después de que te matan
al hijo, todavía tienes que sufrir todas estas atrocidades, añadidas, estas
maldades incomprensibles y lo peor, por parte de la llamada “justicia”.
Bien: Y ahora entraremos en las
atrocidades más que inimaginables esgrimidas en la sentencia dictada por el
Juez José María Assalit Vives. Antes, pero, recordaré que la Señora Fiscal
terminó su exposición en la última vista oral del juicio, diciendo que: “Si no
hubiera sido por la radiación que los acusados, los médicos Benjamín Guix
Melcior y Enrique Rubio Garcia aplicaron en el cerebro de Arturo Navarra
Ferragut, Arturo estaría vivo y sería un muchacho feliz”. Los acusó de
“Imprudencia temeraria profe-sional con resultado de muerte”, solicitando penas
de cuanto años, dos meses y un día de cárcel para cada médicos y cincuenta
millones de indemnización de las antiguas pesetas.
El caso estaba ganado, no podía ser de
otra forma. Pero un día, a las ocho de la mañana, me llaman de la emisora de
“Radio Ramblas”, uno de los medios de comunicación que iban siguiendo el
proceso, para preguntarme si había leído “La Vanguardia”. Les dije que no y me
aconsejaron. “Ve a comprarla, aunque cueste creerlo, habéis perdido”. Llamé a
mi abogado y no sabía nada. La noticia llegó antes a los medios que a nosotros,
los interesados. Algo, al parecer, bastante habitual.
Los puntos destacados de la sentencia:
El juez, contradiciendo
la declaración del doctor Rubio de que no avisaron a mi hijo del riesgo que
corría, dice: “No cabe duda de que el
paciente recibió información sobre la intervención y sobre los riesgos que
comportaba, y que ello no solo por lo declarado por los acusados, sino que se
deduce de que el paciente, por su forma de ser, debió requerir y exigir todo
tipo de explicaciones. Los acusados no ocultaron la existencia de riesgos,
seguramente sin darle importancia por ser menores, como ya se ha dicho, a la
intervención alternativa de radiofrecuencia. El propio documento suscrito por
el paciente hace mención expresa posibles efectos secundarios y complicaciones
debido al tratamiento mediante radiaciones ionizantes, aunque no especifique
cuales”.
Por sólo este párrafo, según gente de la
propia judicatura, al Juez Assalit Vives se le tenía que haber
expedientado. Prevarica descaradamente:
Dice: “No cabe duda de que el paciente recibió información…”, cuando el propio
doctor Rubio en su declaración en la vista oral del juicio dice que no se le
avisó, ah! porque nadie se lo haría, y dejarían de cobrar unos buenos dineros
que ni siquiera fueron declarados a Hacienda, ya que tanto se habla de los que
defraudan a Hacienda. Dice: “Por la forma de ser del paciente…”. Si a mi hijo
no le importaba correré riesgos, ¿por qué preguntaba tanto? Pregunto: ¿Qué es
lo que suscribió mi hijo? Un informe que no dice nada en concreto y que puede
interpretarse como, los “dos o tres días de dolor de cabeza que podría tener”
según le dijo el doctor Guix? Y qué el juez mismo dice, “aunque no especifique
cuales”. Difícilmente pueden asumirse riesgos si no sabes cuales pueden ser.
Hace una comparación con la radiofrecuencia, que nada tiene que ver y que como
ha quedado demostrado, la radiofrecuencia no comporta, por su propia naturaleza,
ningún riesgo, es más, en otro párrafo, el Juez Assalit Vives, demostrando una
ignorancia inaudita, achaca a la radiofrecuencia el peligro de provocar
hemorragias, cuando es utilizada precisa-mente para cortarla.
El informe que llaman de “consentimiento
informado” y, como repito, no dice nada en concreto, pero que no cabe duda que
está redactado con una gran mala fe, se lo hicieron firmar a mi hijo de forma
fraudulenta una vez en la sala de radioterapia y momentos antes de ésta ser
aplicada. Cuando uno ha firmado un documento de “aceptación de tratamiento”,
que nada tiene que ver con el “consentimiento informado”, en la consulta del
médico que crees que te va a tratar y has depositado en él toda la confianza
del mundo, en la sala de radioterapia, firmarás cualquier documento que de den
sólo presentándolo como un formulario más. El “Abuso de Confianza” y la
estafa, en el caso de mi hijo ha sido
continuado.
Pero hay más: en otro párrafo, el Juez
Assalit Vives, dice: “El paciente
realizaba sus actos no controlando la mente”. No existe ningún documento
que diga tal cosa ni ninguna persona que padezca neurosis obsesiva dejara nunca
de controlar su mente. El juez confunde el no saber lo que uno hace con los
rituales propios de la neurosis, en el caso de Arturo, repetiré el informe de
su psiquiatra: neurosis obsesiva que cursa con comprobación, orden y limpieza,
mantenía una buena adaptación social y una adecuada autonomía”. Hay quien cree
que ante esta declaración los Mandos militares tenían que haber denunciado al
juez puesto que les tacha de irresponsables, pues si como él cree Arturo “no
controlaba la mente” ¿cómo podían dar a un muchacho con tal problema un fusil y
la responsabilidad de conducir un tanque durante el tiempo en que duro el Servicio
Militar? Pero, fíjese, que en el caso de que hubiera sido cierto lo que dice,
que mi hijo no controlaba la mente, y se supone que así el juez lo cree, ¿…?
está poniendo encima de la mesa otro acto delictivo cometido por los acusados,
pues nunca un “consentimiento informado” puede ser válido cuando una persona
está en esas condiciones; tienen que ser los padres si los tiene, y si no los
tiene, el juez, el que deba dar el permiso en un tratamiento fuera de lo común,
y nunca lo darán para llevar al muchacho a la muerte, lo más, ingresarlo en un
centro especializado. O sea prevarica-ción sobre prevaricación.
Ciertamente es necesario leer toda la
sentencia para darse cuenta de las barbaridades que dice este juez, las
contradicciones en que cae y lo retorcido de la misma, todo para, de una u otra forma, no condenar con penas de
cárcel a los culpables como señala el Código penal. De todas formas, siempre
creyendo los jueces que la gente de a pie es de lo más imbécil.
Pero si toda la sentencia es indignante,
hay un párrafo todavía que más indignación y tristeza me produce. Y es en el
que dice: “Qué mi hijo con el corticoide
Dexame-tasona se recuperaba tanto que hasta podía dejar el centro médico y
hacer prácticamente vida normal”. Mi hijo salió del centro médico (Hospital
del Mar) la primera vez y todas las que le siguieron, para morir en casa,
porque en el hospital, ya no podían
hacer nada por él, lo que ocurría que él no moría y sin aceptar yo que llegara
ese día, lo volvía a ingresar, y así durante cuatro años y medio que vivió sin
que nadie pudiera entender cómo podía sobrevivir tanto con lo que llevaba en su
cerebro y cómo se preguntaban tantos. Mi hijo quedó convertido en un demente
senil, necesitó atención las veinticuatro horas del día, se le tenía que lavar,
dar la medicación, atender de todas sus necesidades incluidas las más intimas
lo que cuando él se daba cuenta le hacía sufrir; paralizaciones que le
obligaban a ir con silla de ruedas, como un perfecto inválido; se tiene que
leer su camino hacia la muerte para que pueda entenderse en que le convirtieron
y lo que sufrió. Ver a un chico que había sido tan inteligente y tan fuerte
convertido en una pobre piltrafa humana (aunque sea dura la expresión es la
verdadera), y él, que siempre había dicho, que antes de depender de otra
personas, cuando veía a otras personas deficientes o con parálisis, que
preferiría estar muerto, verlo en que lo había convertido, le digo la verdad,
Majestad, es para matarlos a todos, porque de esto los jueces no han querido
saber nada, NADA. Según ellos, mi hijo ya sabía a lo que se exponía. Como le
repito: es para matarlos a todos, médicos y jueces.
Para no ir alargando más parte de esta
sentencia, comentar tres párrafos de la misma que, como se verá, resultan más que
contradictorios y falaces al mismo tiempo.
El Juez Assalit Vives dice, para terminar
su sentencia: “Es cierto, que en el caso
enjuiciado podría haber ocurrido que se hubiera suministrado una dosis mayor
que la facilitada por los acusados en sus informes – ya sea por error o
negligencia, o por entender erróneamente que era la conveniente -, que el colimador empleado no fuera el
adecuado para este tipo de intervención, que hubiera habido algún fallo en el
direccionamiento de alguno o de varios haces de forma que no hubiera incidido
de forma precisa en los puntos deseados. Pero ello, no solo no se encuentra
probado en la forma que se exige en un proceso penal, sino que incluso en el
supuesto que sí lo estuviera, sería necesario valorar, en primer lugar, si la
concreta vulneración de la norma de cuidado es de la entidad suficiente para
merecer el reproche penal y además si es la causa del resultado dañoso producido,
y en segundo lugar, a cuál de los acusados sería imputable, pues cada uno tenía
una función distinta en la intervención, ya que existía una distribución del
trabajo entre ellos, de acuerdo con sus distintas especialidades”
Sabe Majestad, esto es como un “diálogo de
besugos”. Vamos a ver:
Dice: “… podría haber ocurrido…”. “…
podría haber ocurrido…”. Podrían haber ocurrido un montón de cosas, pero en el
caso de mi hijo daba igual lo que podría haber ocurrido porque tanto por este
juez como por parte de los que le han seguido, daba lo mismo que mataran a mi
hijo. El juez Assalit Vives, se pregunta si el hecho ocurrido “merece el
reproche penal”. Matan a mi hijo, le “achicharran” el cerebro como sentenció la
Señora Fiscal en las vistas orales del juicio, le estuvieron irradiando más de
dos horas según informe del propio doctor Rubio. En definitiva: No avisaron a
mi hijo del riesgo que corría y lo llevan directamente a las muerte porque, los
rayos de “vez en cuando dan una broma y si la dan es imprevisible”; los rayos son aplicados por “el ojo clínico”,
y, ¿el juez se pregunta si merece el reproche penal? En cuanto a cuál de los
dos sería imputable el daño, es una broma de muy mal gusto: según este criterio
tendríamos que aconsejas a quienes vayan a atracar un Banco, que vayan un
mínimo de dos, porque cómo no se sabría quien abre la caja y quien apunta con
el rifle a los rehenes, pues quedarían impunes. Majestad, más burla a la ley y
a los sentimientos humanos parece que ya es imposible, pero, sí: hay más.
El juez Assalit Vives dice en su cadena de
contradicciones y errores judiciales:
“Por lo indicado en el anterior apartado este
juzgador ha llegado a la convicción que la radiación administrada por los
acusados causó un proceso necrótico no deseado, principalmente en el hemisferio
izquierdo del cerebro de Arturo Navarra Ferragut, con causación de edema con
efecto masa, que necesariamente debía ser tratado mediante altas dosis de
corticoide de forma permanente, lo que duró más de cuatro años, y lo que causó
automáticamente una enfermedad denominada síndrome de Cushing yatrogénico, cuya
más grave y necesaria consecuencia era el fallecimiento por una infección. Lo
que así ocurrió.
CAUSA EFECTO:
Si no hubiera habido exceso de radiación
(exceso letal), no hubiera habido necesidad de suministrar corticoide, sin
corticoide, no hubiera aparecido el síndrome de Cushing, ni infecciones, ni
muerte; intentar dar la culpa de la muerte a las infecciones secundarias cuando
está más que probado que la culpa de la muerte fue la radiación, es un intento
burdo por parte del juez, que sobrepasa la incomprensión de la capacidad
humana. Como dice el principio de la
medicina: “El resultado terapéutico no puede ser peor que la enfermedad del
paciente”. Pero el juez, queriendo proteger de forma desesperada a los
acusados, sigue con su inagotable capacidad de atrocidades dentro de los abusos
de poder que se irroga. Y, dice:
“Cabe
llegar a una primera conclusión fáctica, el paciente sufría una enfer-medad que
debía ser tratada de forma agresiva. Es decir, mediante métodos que pudieran
incluso comportar riesgos para su vida o su integridad física”.
Los jueces me han condenado por utilizar
durante mis campañas públicas de infor-mación y denuncia, el calificativo de
“nazis”, refiriéndome a los médicos que mataron a mi hijo. Este calificativo no
salió espontáneamente de mí, lo copie de todas aquella personas que lo decían
cuando sabían del caso de mí hijo: “esto es lo mismo que hacían los nazis”.
Sabemos que no fueron únicamente los médicos de la Alemania Nazi los que
cometieron auténticas atrocidades con la experimentación. También las hicieron
otros países, pero por las causas que todos sabemos, ellos fueron,
desgraciadamente, los más “famosos”.
En mi página Web,
radiacionesmortales-isabelferragut.com, clausurada cautelar-mente, otra cosa es
el Blog que la está sustituyendo (Radiaciones Mortales-Blog Isabel Ferragut),
digo, con conocimiento de causa, porque después de fallecido mi hijo tuve la
oportunidad de formar parte de un programa de radio que denunciaba todo tipo de
injusticias sociales y judiciales, y tuve, para dar una correcta información,
de estudiarme los temas a tratar, con lo cual el tema de los médicos nazis y la
experimentación, me lo estudié muy a fondo, aunque en mi web, como es
comprensible, explico lo que a mi hijo se puede referir, en la primera página,
digo o explico: “Como todos sabemos, en la Alemania Nazi, los prisioneros eran
utilizados como animales de experimentación. Uno de los experimentos que
llevaban a cabo, con la utilización de “radiaciones ionizantes”, era el de
irradiar la parte del cuerpo que más les pudiera interesar en cada momento,
pero casi siempre, empezando con baja potencia y corto espacio de tiempo, para
ir aumentando, día a día, la potencia y el tiempo hasta alcanzar el objetivo
deseado, la mayoría de las veces, la muerte del desgraciado, “paciente”. Eso
sí, anotando con todo lujo de detalles, su cruel proceso para su posterior
divulgación. Pues bien, si uno de esos
desgraciados hubiera podido escapar de sus verdugos durante las primeras sesiones,
hubiera podido salvar la vida, porque en las primeras sesiones, las dosis no
eran letales. Pero en el caso de mi hijo, él no hubiera podido salvar su vida,
no pudo salvar su vida, porque en una sola sesión, le aplicaron la dosis letal.
Esto es lo que está escrito en mi página, de momento, clausurada, y esto es lo
que mantengo porque es la pura y dura
realidad.
Por mis campañas, los médicos Guix y
Rubio, me denunciaron. Si bien tardaron mucho en hacerlo porque sus abogados
les aconsejaban que lo dejaran correr porque
si lo hacían les daría más publicidad al caso y yo ya me cansaría,
viendo que no me cansaba, al final me denunciaron.
La primera vez que lo hicieron, me
pidieron cincuenta millones de las antiguas pesetas de indemnización, seis millones
de multa y un año de cárcel. La indemnización fue rebajada a diez millones, la
multa retirada y la cárcel ya no fue admitida. Por la página los jueces me
condenaron a pagar nueve mil euros. Pero no han podido cobrar ni un céntimo.
Todo lo que tenía lo vendí y todo lo he perdido. Me vi obligada a llevar a cabo
las campañas debido a que pasaba el tiempo y los médicos seguían como si nada
hubieran hecho. Mi gran temor era que otras personas, otros muchachos, cayeran
en las mismas manos en que cayó mi hijo, fueran engañados como él lo fue, y
tuvieran que pasar por el mismo horror y muerte.
Cuando el juez Assalit dice la atrocidad,
o mejor dicho, la monstruosidad, de que mi hijo sufría una enfermedad que
“debía ser tratada de forma agresiva con métodos incluso que pudieran poner en
peligro su vida o integridad física”, yo, pregunto: ¿poner en peligro la vida,
la integridad de un chico sano, fuerte, más sano que él no había otro como
tantas veces decía su psiquiatra? ¿Qué me da a pensar este juez? Incluso en las
personas que sufren un cáncer terminal se las trata para intentar salvarles la
vida por pocas posibilidades que tengan, esto es la medicina. Exponer a la
muerte por una enfermedad inexistente, que él se inventa, para proteger a los
asesinos de mi hijo, y que no existe ningún Código médico que diga tal
atrocidad como la que él dice, ¿cómo hemos de calificar a este juez? Sólo tengo
la esperanza de que el sistema judicial cambie y este juez como los que le han
seguido, paguen por sus crímenes porque criminales son también sus sentencias.
En el libro “Arturo”, se encuentra la sentencia completa de este juez.
La sentencia fue recurrida, como era
lógico, y, además, se interpuso una querella contra el juez Assalit Vives por
prevaricación. Me pareció que era inmoral por mi parte, dejar una sentencia de
tan alto contenido de desprecio a la vida humana, e incluso, a la noble profesión de la medicina, que no
podía quedar sin condena. ¡Ilusa de mí!
La querella contra el juez, fue
desestimada, podemos decir “ipso facto”. El entonces Fiscal Jefe de Cataluña D.
José María Mena, dice que “la sentencia es de una pulcritud extrema” no ha
lugar para la prevaricación como se pretende. Esta sentencia de una hoja, se
encontrara, también, en el libro, “Arturo”.
Contestación al recurso de la sentencia
dictada por el juez Assalit Vives. Cómo que esta sentencia también está
recogida en el libro “Arturo”, sólo transcribiré las dos importantes
afirmaciones que recoge “La Vanguardia” del 12 de febrero de 1998.
Los
jueces D. Fernando Valle Esqués, D. Jesús Mª Barrientos Pacho y Dª. María Pilar
Pérez de Rueda, entre otros, dicen: “No
podemos exigir a los facultativos una información que va más allá de los
riesgos típicos. Es evidente que no puede exigirse una información sobre la
fatalidad ocurrida, entre otras cosas, porque no resulta previsible y, porque
de ser precisa tan exhaustiva información, la negativa sería
segura en toda operación quirúrgica”. “Además, la negligencia podría estar en
la administración de la terapia y no en una más o menos correcta infor-mación”.
¿…? Hablan de los riesgos típicos. ¿Qué
riesgo típico podría haber habido en el caso de mi hijo? ¿Quemarle el cerebro un
diez por ciento, un veinte, un treinta…? Y en tal caso ¿cómo hubiera quedado mi
hijo que era una persona sana, más sana que él no había otra como repetía su
psiquiatra y repito yo? Dicen que no puede exigirse una información porque no
resulta previsible. Pregunto: ¿es que los médicos cuando terminan su carrera no saben lo que tienen
entre manos, lo que puede resultar peligroso y lo que no, y como se deben
aplicar las terapias? ¿Hemos de aceptar con resignación quienes nos ponemos en
sus manos ser utilizados como animales de experimentación sin derechos, como
les pasaba a los desgraciados prisioneros en la Alemania Nazi? ¿Aceptarían
estos jueces que sus hijos fueran, eso, utilizados como animales de
experimentación? Dicen que la negligencia podría estar en la administración de
la terapia, una administración que “achicharra” el cerebro y mata, y, ¿es esto
lo que hemos de aceptar en medicina? ¿Terapias que matan protegidas por jueces
tan malvados como los propios médicos que mataron a mi hijo? Según estos
jueces, ni la información tiene importancia, porque de todas maneras hay que
aceptar las atrocidades que puedan cometer los médicos por aquello de que
“resulta imprevisible”. Sólo añadir lo que ya le he dicho antes, Majestad, que tengo la esperanza de que haya un cambio
del sistema judicial, y estos jueces sean condenados por sus sentencias
“peligrosas sociales” como han sido calificadas repetidamente, lo mismo que los
médicos que mataron a mi hijo. En esta sentencia los jueces también tienen el
cinismo de comparar el horror de haber quemado el cerebro de mi hijo, con “la infección
rebelde que se puede derivar de una simple extracción dentaria”.
Hasta este punto, unos ocho años han
pasado desde que se presentó la querella, más de veinticinco hasta terminar el
recorrido judicial. Por tanto, en este punto acaba de empezar mi triste y legal
recorrido judicial.
Ante esta situación, presentamos Recurso
de Amparo ante el Tribunal Constitu-cional. Ante el asombro de todos, viene
desestimado. Sin poderlo creer digo que voy a entrevistarme con el Presidente
del Constitucional. Algunas voces me dijeron que perdería el tiempo y además
que el Presidente no me iba a recibir. Cómo mis ánimos cada vez estaban más
soliviantados, dije que a mí me recibiría de una u otra forma. Contra mi forma
de ser, me presenté ante el Constitucional con una gran camioneta cargada de
carteles de denuncia. Ya que iba a iniciar una “movida” dura, pues cargar con
todas las consecuencias. Me esperaban ante el Constitucional Dª Carmen Flores,
Presidenta de la Asociación “El Defensor del Paciente”, Asociación que se fundó
en honor a su hijo Miguel Ángel, fallecido también por una negligencia médica,
y otros padres con el mismo dolor de haber perdido a sus hijos en esas
dramáticas y gratuitas circunstancias. Llegué a Madrid a media mañana, y
acompañada de Carmen Flores, presentamos un escrito al Presidente. El tema se
centraba en la sentencia dictada por el juez Assalit Vives, la querella contra
el juez y su desestimación. El escrito, con fecha de 27 de octubre de 1998.
Al día siguiente de que fuera entregado el
escrito, vino a buscarme una de las secre-tarias del Señor Presidente. Nos
encontrábamos aparcados en la acera de enfrente del Constitucional. Fue una
agradable sorpresa: el Presidente me iba a recibir. Me acom-pañó Carmen Flores.
Casi dos horas de entrevista. El Señor Presidente, en aquel enton-ces Señor
Rodríguez Bereijo, nos atendió no solamente con gran amabilidad, sino, diría
yo, casi con cariño y todo. Fue muy alentador para nosotros, pero
desgraciadamente, “ellos”, los del Constitucional, no podían hacer nada, nos
dijo que no habíamos ido al lugar adecuado. El Constitucional hubiera podido
atender mi caso si yo no hubiera podido acceder a juicio, pero yo tuve un
juicio, pude aportar todas las pruebas, los testimonios… otra cosa era la
sentencia. El Señor Presidente dijo, que
mi caso era lo peor que había oído nunca y que la sentencia era de las más
injustas que había visto. Se tenía que haber denunciado a los magistrados
de la Audiencia que eran quienes tenían que haber revisado la sentencia y tomas
medidas contra el Juez Assalit. Le dije al Presidente que, ¿cómo iba a
denunciar a los magistrados si con solo haber denunciado a uno, ya se rebotaron
contra mí? El Presidente escuchó todo lo que le quisimos decir, miró con
atención las fotografías de mi hijo insertadas en el libro que llevaba, el
primero que había escrito sobre mi hijo, titulado, “Arturo, mi querido hijo”, y
cómo que le vi muy interesaba, se lo regalé. Me prometió que lo leería con
mucho interés y le dedicaría un lugar especial en su biblioteca. Se lo
agradecí. Seguimos su consejo que fue el de dirigirnos al Consejo General del
Poder Judicial, porque eran los que tenían el poder de revisar las sentencia y
en su caso condenar a los jueces que así se demostrara que habían violado la ley.
Guardamos un buen recuerdo del Presidente Señor Rodríguez Bereijo. Nos
plantamos delante del Consejo, pero este Consejo, un poco, bastante prepotente,
a pesar de saber, por el Señor Presidente del Constitucional que íbamos para
allá, nos tuvieron una semana en la calle esperando. A requerimiento repetido
de Carmen Flores, al final, el Señor Ramón Sáez, Magistrado Vocal encargado de
la Inspección de los Tribunales del Poder Judicial, nos recibió.
Entrevista
con el Señor Ramón Sáez
Casi dos horas de entrevista llena de
cordialidad, eso sí, pero, cuando, después de explicarle lo sucedido me dio la
razón, reconociendo que lo de mi hijo era una cosa terrible, pero añadiendo que
lo sentía mucho pero que no podían hacer nada por mí, me sublevé. Le pregunté
por las leyes que tenemos y condenan la prevaricación y el porqué no las
aplicaban. El señor Sáez nos dijo que, “los
jueces no quieren ir en contra de sus compañeros cuando éstos son denunciados”.
Le contesté que, si esto tenía que funcionar así, que valía más que
suprimieran las leyes y así la gente no estaría engañada y sabría a qué
atenerse. La dije, que me parecía todo un engaño y una inmoralidad esto del
Consejo General. El señor Sáez, con toda seguridad, queriéndome hacer un bien,
me dijo: “No sea usted tozuda señora Ferragut, vaya por la vía civil porque la
tiene ganada”. Me dije para mis adentros: Tanto esfuerzo y tantos años de lucha
y trabajo para oír lo mismo que me dijeron cuando todo empezó: Qué fuera por la
vía civil y pidiera muchos millones cuantos más mejor que para eso “ellos”
pagaban tanto dinero a las Aseguradoras.
Le dije al señor Sáez, que iría por la vía
civil sino ganaba la vía penal, porque no iba a dejar ningún medio que pudiera
condenar a los asesinos de mi hijo. Y, si tenía que pedir una cantidad, como
daba lo mismo pedir cien que mil o mil con b de millones de pesetas, porque no
hay dinero en el mundo para pagar una vida, pediría mil millones, ni uno más ni
uno menos, y si el juez consideraba que me los tenían que dar, irían a parar a
una ONG porque de este dinero no quería nada para mí. También le dije, que
antes de ir a la vía civil, recurriría ante el Tribunal de los Derechos
Humanos; me contestó que no conseguiría nada. Muchas veces me he preguntado,
¿cómo lo sabía ya que así fue? El señor Sáez, ante mi indignación, me repetía:
“¡Cálmese, señora Ferragut! ¡Cálmese, no sea usted tozuda y vaya por la vía
civil porque la tiene ganada!”.
Sabe, Majestad, es duro que te den la
razón y no se cumpla la ley “porque los jueces no quieren ir en contra de sus
propios compañeros”. Es duro, inmoral e indignante. Carmen Flores se quedó un rato hablando con
el señor Sáez, que le comentaba que tenía toda la razón. Terminó diciendo que
vería lo que podría hacer. El resultado fue, que desestimaron mi petición
diciéndome que, si no estaba conforme podía recurrir al Tribunal Supremo. Para
mí, aquello era una burla más. ¿Qué me iban a decir los del Supremo si su
Presidente era el mismo que el del Consejo que, además, me veía cada día
durante los siete días que me tuvieron en la calle esperando y almorzábamos en
la misma cafetería? No obstante, algunas voces me dijeron que valía la pena
recurrir para que nunca nadie me pudiera decir que si hubiera recurrido a lo
mejor alguien me hubiera atendido dentro de la ley. Recurrí, y el resultado era
previsible: nuevamente desestimado.
Bien: se recurrió al Tribunal de los
Derechos Humanos y a la vía civil. Teníamos que hacerlo así, porque entretanto
esperábamos el resultado del T.D.H, podría prescribir la vía civil y quedarnos
en una total indefensión. Siempre marcándonos un tiempo que de no cumplir, te
prescribe y ya lo tienes todo perdido, entretanto los jueces los violan todos.
Ante el asombro e incredulidad de todos,
el T.D.H, nos desestima el recurso, e incluso de mala manera. Del Hospital
Noruego de Radio, nos dieron un informe en al que dice, que no hay nada escrito
que avales este tipo de tratamiento (radiaciones) para tratar los problemas de
mi hijo: Neurosis obsesiva, manías como se les llamaba antes. Este informe, que contradice la sentencia del
juez Assalit Vives y que hubieran tenido que tener en alta valoración para los
del Tribunal, no les interesó para nada.
Sabemos que, por Acuerdos Internacionales,
si se recurre a un tribunal no puedes recurrir a otro. Es decir: Sobre el
T.D.H, una vez recurrido a este Tribunal de Estrasburgo, no puedes recurrir al
Tribunal de los Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas y,
viceversa. Pero, ante la gravedad del hecho, le digo a mi abogado que recurra a
la ONU para ver que nos dicen, ya que teníamos toda la razón del mundo, y la
muerte de mi hijo iba quedando impune. Yo, hubiera entendido que nos hubieran
dicho, eso, que por los acuerdos no nos podían atender y en este caso tenían
que haber contestado rápidamente. Pero, no: Nos tienen esperando dos años con
lo que nos hacen coger esperanza, para al final, hacer una especie de sentencia
favorable a los médicos y dejándome una vez más en una total indefensión. Como
decía mi abogado y muchos otros, nunca habían visto un caso igual.
Indignada, les escribo a los de la ONU,
demostrándoles mi gran desesperación e
incomprensión, acusándoles, además de injustos por su actuación ya que sus
hechos contradicen totalmente el fin por el cual fue creado este Organismo. No
sé si tomármelo como una burla más, o como una gran irresponsabilidad por parte
de este Organismo, lo cierto es que me contentaron con una carta muy amable,
eso sí, “solidarizándose” conmigo,
pero diciendo que lo sienten y que no pueden cambiar la decisión tomada por el
Tribunal. Me pregunto: ¿Los dieciséis jueces que forma los Estados Miembros se
leyeron lo que les enviamos, nuestro recurso y el motivo? El escrito de las
Naciones Unidas, fue traducido en todos los idiomas y publicitado por la ONU en
“Internet”. Es como aquello de que, “si no quieres caldo tres tazas”. A cada
uno de los miembros (16), les escribí una carta de reproche y les envié a cada
uno un ejemplar de mi libro titulado “Arturo”, el mismo que le envió a Usted.
El escrito que les envié está reproducido en mi página web, de momento,
clausurada.
Pero no han terminado todas las
barbaridades todavía: ahora viene lo más increíble. La vía civil, la que estaba
ganada de antemano y que el señor Ramón Sáez tanto insistió en que recurriera esta vía, por eso, porque la tenía
ganada.
Cómo le explicado, cuando empezó todo,
tanto el médico forense del Juzgado de Instrucción nº 8 de Barcelona, como el
abogado de la Clínica Dexeus, nos ofrecieron a mi abogado de entonces D. Javier
Selva, y a mí, todo lo que quisiéramos si retiramos la querella. Nos
aconsejaron que fuéramos por la vía civil, y, eso, nos darían todo lo que
pidiéramos. Pues bien, ya estamos en la vía civil.
La demanda recae en la Sala de lo Civil,
número 5 de Barcelona. Juez: D. José Manuel Martínez Borrego. A los cuatro años de haber presentado
la demanda, recibimos la resolución de la sentencia, curiosamente, el mismo día
en que estábamos presentando mi libro en Madrid. Si las sentencias vía penal,
son calificadas de horrorosas, injustas y de “alarma social”, las de la vía
civil resultan muy difíciles de calificar. Solo decir que, muchas personas han
comentado que, los jueces están tan locos y desesperados por querer proteger a los
acusado (bien, uno, al doctor Guix y a la Clínica DEXEUS), que ya no saben los
disparates que inventar.
El juez Martínez Borrego, repite los
mismos disparates que el juez Assalit Vives, pero utilizando los informes de
los peritos que pagaron los médicos Guix y Rubio y la Clínica DEXEUS, dejando a
mi abogado en una total indefensión al no poderlos rebatirlos, y dentro de sus
aberrantes dictámenes, incluso, contradice al Juez Assalit, cuando reconoce que
la radiofrecuencia a mi hijo le fue muy bien, y cuando reconoce que fue la
radiación la causa de la muerte aunque lo enmarañe para evitar la cárcel a los
acusados. El juez Martínez Borrego, comete el grave error de cambiar la
historia y dar la culpa de la muerte a la radiofrecuencia, inventando que mi hijo
vino de Madrid muy grave debido a, eso, a la radiofrecuencia y que según él,
fue la causa de la muerte.
Recordará, Majestad, que mi hijo vino de
Madrid muy bien, la neurosis despareció, reprendimos una vida llena de
ilusiones y proyectos que se iban convirtiendo en realidad; estábamos
preparando las vacaciones del años 1989 y animados en ampliar nuestro negocio.
Todo estaba olvidado, y, este señor tiene el valor y el cinismo, para proteger
a unos seres malvados, peligrosos sociales, inventar tales falsedades cuando es
una realidad palpable que nadie puede inventar. Recurrimos a la Audiencia
Provincial.
El Recurso recae en la Sala 14, cuya
Presienta es Dª María Eugenia Alegret Burgues. Me dicen: “Está en buenas
manos”. La sentencia más increíble y desastrosa de todas. Los mismos argumentos
que el juez Martínez Borrego pero corregidos y aumentados. De entrada esta
señora, moralmente, tenía que haber reprochado este caso, por su amistad con el
doctor Guix, pues las hijas del doctor Guix y los hijos de la señora Alegret,
fueron a la misma escuela hasta 2004 en que se dictó la sentencia. Inventa los
mismo: que se sobreentiende que mi hijo
aceptó el riesgo, mezcla la radioterapia con la radiofrecuencia demostrando, no
ya una gran ignorancia, sino una gran mala fe, en definitiva, una sentencia que
me lleva, nuevamente, a presentar una querella contra esta señora. Entretanto
estamos preparando la querella a esta señora la nombran Presidenta del Tribunal
Superior de Justicia de Cataluña, por lo que la querella tiene que ir dirigida
al Tribunal Supremo. Del Tribunal Supremos nos dicen que antes tenemos que
presentar una querella contra el juez Martínez Borrego. Así lo hacemos. La
querella contra el juez Martínez Borrego, nos viene desestimada del TSJC. Sobre
la querella contra la señora Alegret Burgues, la cosa se complica. Desde el
Tribunal Supremo, no solamente nos la desestiman sino que intentan intimidarnos
a mi abogado y a mí, diciéndonos que, “valoremos nuestras actuaciones porque
con querellarnos contra los jueces como último recurso de impugnación, podemos
incurrir en el fraude de la ley”. Mi abogado les contesta como requiere la
forma jurídica. Contestan como disculpándose. Yo, como madre, con una pena e
indignación ya imposible de explicar - ya no me quedan adjetivos -, les
contesto y les digo que, aquí, los únicos que incurren en el fraude de la ley
son “ellos”. Un escrito duro, pero que a “ellos”, a los jueces nada les
importa. Como he repetido tantas veces, ¡si quizás hubieran sido sus hijos los muertos!…
Se recurre nuevamente, ante el Tribunal de
los Derechos Humanos de Estrasburgo. En esta ocasión mi abogado tiene fe: se
trata de la vía civil y los jueces no tendrán la responsabilidad de pedir penas
de cárcel para los médicos que es lo que no quieren hacer, aunque así, lo diga
el Código Penal en el caso de mi hijo. Pero viene desestimado nuevamente. Nadie
puede dar crédito y la preguntar, de ¿qué les deben estos jueces a los médicos
y a la Clínica DEXEUS para que un hecho tan atroz como el de mi hijo, nadie lo
quiera condenar?, se repite. Claro, las hipótesis son muchas, pero…. El 2013,
como dice el medio de comunicación “Date
cuenta”: “El sistema aplasta veintiséis años de lucha judicial”.
A pesar de que en esta ocasión los del
Tribunal de Estrasburgo, nos dicen en el folleto que nos envían a modo de
sentencia, que no preguntemos el porqué
ha sido revisado un solo juez, Yo les contesto. Es necesario dejar
constancia de las malas actuaciones de toda esta gente porque si no nunca vamos
a avanzar y siempre estaremos en sus manos prepotentes, chulos y aplastando los
derechos de las personas como si no fuéramos seres humanos. El desprecio en
este caso llega a tal punto, que el folleto que envía, lo tiene impreso para
todos igual, sea de un caso o de otro, cuando no les interesa impartir
justicia. Es vergonzoso. Les envié mis Testimonios y mi repulsa. Sabía que no
me contestarían, pero, se enteraron.
Y, aquí terminó todo lo que podíamos hacer
dentro de nuestra llamada justicia; una justicia en la mayoría de los casos,
burlona, cruel, condenando a las víctimas tanto directas si éstas quedan vivas,
o si han muerto, a las indirectas, a
vivir en un pozo de amargura, desesperación y miseria. Si fueran los jueces los
que tuviera que ver sufrir y morir a sus hijos, sin poder hacer nada, nada para
poderles ayudar porque nada podían hacer ya que quedaron condenados a muerte
por culpa de unos mal llamadas médicos, gente si alma, y que encima tuvieran
que ver cómo se burlaban de sus hijos como quedó demostrado en el juicio,
¿hubieran actuado todos de la misma forma? ¡Claro que no!
Dentro de todos estos años dolorosos,
escribí al Fiscal General del Estado, a los Presidentes de los Partidos
Políticos de Cada momento, mucha de esta información la contiene el libro
“Arturo, que le adjunto. Entre otros, también escribí, acompañado de una amplia
información, al Tribunal Europeo de los Derechos Humanos de Luxemburgo, quien
condenó a España por la mala aplicación de los Rayos X. En nada me pudieron ayudar,
pero tuvieron la amabilidad de enviarme la sentencia que condenaba a España por
si me podía ser de utilidad.
Iré terminado este escrito, Majestad,
porque terminaría siendo un nuevo libro. Tantos años de lucha sin cuartel,
recibiendo injusticia sobre injusticia, dándome todo el mundo la razón,
escandalizándose por el hecho de mi hijo y el hecho judicial, un caso que al
principio los defensores de los acusados me daban todo lo que quisiera si
retiraba la querella, incluso la señora
juez, en cuanto a la primera querella contra mí por injurias y calumnias, me
retiraba la multa de los seis millones de pesetas si me comprometía a dejar de
perseguirlo, un recorrido lleno de marañas, persecuciones, amenazas,
inves-tigación de bienes… ha finalizado con los asesinos de mi hijo siguiendo
como si nada hubieran hecho, como si nada hubiera pasado, y los jueces que han
violado todas las leyes, penales, civiles, sociales, Códigos deontológicos
médicos, también han quedado en la total impunidad..
Haré una pequeña reflexión sobre el
calificativo de “asesinos”, que algunas personas me reprochan. El diccionario de la lengua española dice: “Es asesino el que mata con premeditación y
alevosía”. Para mí y para muchos, el que, aunque no sea su intención, sabe que con su actuación puede matar y no lo
evita, que cuando a matado nada le ha importado haberlo hecho, que se ríe y se
bula de su víctima y encima quiere culpar a otros “compañeros” del daño que él
ha causado, es peor que el asesino propiamente dicho, porque al asesino
propiamente dicho lo puedes ver venir y te puedes proteger de él, del otro no,
porque utiliza el engaño, las malas artes, el abuso de confianza… El abuso de
confianza que está tipificado en el Código Penal como agravante del delito
criminal. Y, más abuso de confianza que en el caso de mi hijo, ya es imposible,
Yo, ya soy muy mayor, Señor, es decir, muy
vieja, soy del 1930. No sé el tiempo que me pueda quedar de vida, paso de la
media en que viven las mujeres, pero le aseguro que mientras me quede un halito
de vida y mi cabeza me responda, seguiré hasta el final denunciado a los
malvados que tan cruelmente hicieron sufrir y mataron a mi hijo, y a los
malvados jueces que han protegido una actuación tan atroz. Si a los médicos les
han calificado como calificaban a los médicos nazis, “los médicos del
infierno”, a los jueces que han intervenido en al caso de mi hijo y han
protegido descarada y cínicamente a los criminales de mi hijo, ya empiezan a
calificarlos también, “los los jueces
del infierno”.
En
un tiempo que tenía un poco más de fuerza, con unas compañeras iniciamos una
recogida de firmas para presentar al Congreso la petición de que a los jueces
se les juzgara como a todas las demás personas. Hubo una buena acogida. Se tuvo
que abandonar por problemas de salud, pero ahora que es mucho más fácil
informar y recoger firmas, Internet es el mejor instrumento, nos plantamos
iniciar la petición con la recogida de firmas de nuevo.
Hay la frase famosa que dice, “Si luchas
puedes perder, si no luchas, ya has perdido” Quizás yo, ya no lo vea, pero
tengo la esperanza de que llegará un día en que los jueces serán condenados
cuando protegen actuaciones criminales y los criminales, vengan de donde
vengan, también.
Si tenemos éxito en la recogida de firmas
para llevar a cabo un cambio del sistema judicial, en el que la gente se sienta
protegida por una justicia justa, se lo comunicaremos. Aunque yo no soy
monárquica, Usted, me ofrece confianza.
Sólo un ruego antes de terminar, Majestad,
vea usted las fotografías de mi hijo, ¡por favor!, y sobre todo, cuando presida
la “Apertura del Año Judicial”, no se olvide de nosotros, las víctimas de
negligencias médicas, o en algunos casos, de actuaciones criminales médicas
como es en mi caso, las más indefensas y olvidadas. Piense que ningún título médico puede ser un
pasaporte para engañar, estafar, matar y quedar impune. La vida humana es
única, sagrada e inviolable, un bien protegido por la ley, y quien la siega
gratuitamente debe pagar por ello con todo el peso de la ley. Segar vidas
gratuitamente, segar ilusiones, segar esperanza, solo lo hacen las muy malas
personas.
La sentencia dictada por la señora
Alegret, dice: “Nada puede consolar a una madre de la muerte de un hijo ni una
resolución judicial”. Es cierto, puesto que nada ni nadie le puede devolver la
vida al hijo muerto, pero una resolución judicial justa, sin mentiras,
falsedades, violaciones de la ley, sin proteger a tipos buenos discípulos de
los médicos experimentadores de la Alemania Nazi, puesto que en el caso de mi
hijo fue un experimento atroz, como hace en su propia sentencia la señora
Alegret, dejaría descansar el puñal que se lleva clavado en el corazón y que no
puede arrancarse nunca por más esfuerzos que hagas. El mismo que clavaron
cobardemente a mi hijo, unos malditos que, si es verdad que Dios existe,
tendrán que ir directamente a quemar en el infierno.
La muerte de un hijo es el dolor más
grande que pueda existir. Y si debe ser duro que se muera por causas a las que
todos podemos estar expuestos, como son las enfer-medades incurables, que te
los maten a través de un atroz engaño, unos mal llamados médicos, provocándole,
además, sufrimientos terribles no habiendo padecido ninguna enfermedad grave,
resulta imposible de digerir, de perdonar, ni de olvidar. Sabe, en mi cabeza ha
quedado gravado como con un hierro candente, aquel: “¡Ayúdeme, por favor! ¡Ayúdeme!”
de mi hijo, que llorando y abrazado a su médico, le pedía por favor que le
ayudara, que le ayudara ante tanto sufrimiento y quizás viendo que se iba a
morir. O, aquella última mirada tan llena de sufrimiento, de miedo, de
confusión…, como preguntando, aquel tantas veces preguntando y que nadie nunca
le pudo contestar con la verdad: “¿Por qué, madre? ¿Por qué?”. La confianza
que depositó en el doctor Guix, le hizo borrar de su subconsciente, todo lo
relacionado con la Clínica DEXEUS.
Mi hijo era tan buena persona, que dentro
de la demencia senil que le provocó la radiación, él, quería saber lo que le
había pasado. Siempre preguntaba si había tenido un accidente con el coche, con
la moto o una caída esquiando. Una vez me dijo: “Madre, oigo hablar de médicos y
jueces, ¿es que algo de lo que me han hecho no ha salido bien? Si es así,
madre, no quiero que les pase nada a los médicos. ¡Pobres! Si es así, lo habrán
hecho sin querer y lo estarán pasando muy mal. ¡Prométeme que no les pasará
nada!”. Él, no sabía lo que le habían hecho ni quiénes eran los médicos
de los que estábamos hablando, pero sentía pena por unos médicos que lo podían
estar pasando muy mal. Y, ellos, malditos, se rieron y burlaron de mi hijo en
el juicio y como quedó plasmado en algunos medios de comunicación. “Si nos
quieren denunciar que nos denuncien porque a nosotros nos da igual”. Esto es lo
que dijeron cuando les comunicaron lo que habían hecho a mi hijo.
Termino, Señor, porque no cabe duda de que
siempre que escribo sobre mi hijo, ya sean escritos largos o cortos, al final
me voy poniendo muy nerviosa y terminaría diciendo palabrotas, que no quisiera
en este caso o…, peor.
Esperando que no se olvide de nosotros,
las víctimas de negligencias médicas y judiciales, y deseándole mucha suerte en
su Reinado junto a su esposa Reina Leticia y sus encantadoras hijas, le saluda
con el máximo respeto,
Isabel Ferragut Pallach
Barcelona, a 9 de Junio
de 2015